Ayer se inauguraba la JMJ y me di un paseo por el centro de Madrid para poder entender mejor este acontecimiento.
Ayer fui paseando (con una temperatura de 34º) de la Glorieta de Bilbao a Gran Vía (por la calle Fuencarral), por la Gran Vía bajé hasta la esquina con Alcalá, subí por Caballero de Gracia a la Red de San Luis, paseé por Montera, llegué a la Puerta del Sol y recorrí Arenal hasta Ópera. Esto lo hice mientras se celebraba la Eucaristía inaugural de la JMJ en Cibeles.
Las comparaciones son odiosas y si afectan a temas religiosos o morales lo son más, pero creo que es bueno en este caso usar un símil, con todos los respetos.
El centro de Madrid está lleno de grupos vestidos más o menos uniformemente, exhibiendo sus enseñas nacionales, bailando, hablando y disfrutando en múltiples idiomas. Además de ellos, estamos los habitantes de Madrid de agosto, con sus chanclas y sus pantalones cortos. Al ver los dos mundos, me recordó a la final de la Champions.
Para los que no seáis futboleros, os diré que cada año la UEFA elige una ciudad europea para ser la sede la final de la Champion, el ser elegida no implica que un equipo de la ciudad juegue la final, de hecho es una rareza jugar en tu ciudad. Eso produce un efecto curioso, una ciudad se ve invadida por varios miles de ruidosos hinchas durante 24 horas, sin que los locales se jueguen nada en el tema. Esta es la impresión que me llevé del mi paseo de ayer, salvando las distancias, que son enormes, aquí se trata de un acontecimiento religioso, que dura una semana y que atrae (al parecer) a millones de fieles. Si vas a los barrios, huyes del centro, la vida en Madrid sigue su curso, el tranquilo y caluroso curso de agosto.
Otro tema, y quizás más complicado es entender la capacidad de convocatoria del Papa, si olvidar el elemento lúdico del acontecimiento, que es digno de admiración. Sin querer entrar en discusiones, también creo que la capacidad de convocatoria también debe de ser medida cada domingo en las parroquias y no sólo en este tipo de acontecimientos.
Mas allá de este “efecto Champions”, creo que la tolerancia es esencial para la convivencia, y que hay que aceptar este tipo de acontecimientos, respetarlos y aprender de ellos. El rechazo por el rechazo parece una posición muy pobre, igual que su defensa ciega.